Por Miguel Ángel Zapata.
En la poesía de Miriam R. Krüger reaparece con frecuencia el referente de lo cotidiano y la máscara del nombre. Cada poema es un descubrimiento, un vuelo por la sencillez, los espacios y el deseo de encontrar siempre el idioma preciso en cada textura. Es siempre el mismo engaño de la lirica tranparente, ya que detrás de cada cristal siempre hay una complejidad que nos aterra, y se requiere de una relectura minuciosa para poder ver más allá de la primera contemplación. El sentido es directo y las cosas se nombran y se explican sin aspavientos. En poesía es difícil ser prístino y oscuro al mismo tiempo. Pocos lo han logrado. Vallejo es uno de ellos: es sol (pugilato de piedras, lucidez), oscuridad (tiempo, desquicio humano, esperanza en la palabra poética), y tiempo humano irreverente en sus poemas europeos. San Juan de la Cruz podría ejercer ambos espacios sin dificultad: es decir, llegaba a despertar la emoción por lo divino en el lector, y al mismo tiempo abría una brecha de sombras inauditas. Fray Luis es también el poeta de la transparencia y la complejidad. Su música es leve pero suena debajo de un espesa lira. En los mejores poemas de Alfonsina Storni se puede sentir esa respiración difícil de la metáfora pero también el verso directo y el adjetivo no rebuscado. La rusa Marina Tsvetaeva ratifica este ejercicio dual: “Me gustaría vivir contigo/en algún pueblo pequeño/en un crepúsculo sin final/ entre el interminable sonido de las campanas”. Cada palabra tiene un sentido múltiple e infinito: pueblo, crepúsculo y campanas. Largo de explicar acá en este breve espacio.
Entonces lo que importa en realidad es cómo se va construyendo el resto del poema, y cuál es el arquetipo del corte final. Es lo que hace Nicanor Parra: el poeta chileno parece que al comienzo escribe un poema muy sencillo, fácil de leer, hasta por momentos grotescos o graciosos, pero mientras el lector se sumerge en el poema se encuentra con la profundidad de su voz original. Es difícil ser claro y oscuro en poesía, pero me parece que esta combinatoria es esencial en la poesía de altos vuelos. Miriam R. Krüger opta por utilizar una máscara, y al mismo tiempo escribe poemas de aparente sencillez: “En mis labios/hay un nombre que cuelga….”dice en un poema. Sus poemas son puentes levadizos, versos breves que están en una búsqueda constante, y que desean vislumbrar las esferas de la precisión, de ese ritmo y esa forma que rodean sus primeros cantos. Esto le permite decir por momentos que lo que escribe no es poesía, estableciendo de esta manera una autocritica a su propio trabajo poético. La poeta desea construir un juego de palabras, jugando con la vida y la muerte que después de todo es el acto sublime de la escritura: “Soy como una pieza/ que no encaja en su lugar” confirma este descontento y el deseo de vivir el instante como si fuere el ultimo. La máscara funciona con su alter ego, y lo que no se dice niega totalmente adrede la posibilidad de ser en el poema. Sus poemas van transcurriendo en busca de un crepúsculo, de una puerta, de una orquídea lila colocada junto a su corazón, para que escuche el nuevo devenir de sus palabras.